lunes, febrero 15, 2010

desgrabado I

15 de febrero. Noche, llueve. Mis ojos, aún sin plena confianza, mirando al público inocente, hablaron, es así que los párpados eligieron sulfurarse. Era increíble. Teníamos que andar por la noche empapados en lluvia. Metiéndonos, socavándonos, quitándonos ramas, embarrándonos en algo que sabíamos era harto increíble, harto emocionante, impulsivo, que impulsaba.
Entonces fue que mi paraguas se enganchó entre unos árboles llenos de tormenta; tormentosos árboles. Y eso no paró la lluvia. Otra de las almas me dijo: Dios está enloqueciendo, lo dijo un virrey, lo dijo un tío mío loco y degenerado, me lo dijiste vos mientras contábamos todos eso mientras andábamos quetrénquetrén quetrénquetrén, mientras andábamos y la señora se reía y nadie podía entender.
Nadie podía entender que realmente estaba triste; se sentía hueca. Desconsolada porque creo que nadie le hubiese dado la mano plácidamente. Un abrazo. Tenía una máquina en los oídos, se hacía la que no escuchaba y se reía. Y yo estaba abierta, pero la miraba, para ver si podía no sé, articular algo para ver si podía sentir algo. Entonces ella se rió más, se escondía, se rió más.
Y es un poco triste, y quizás yo no llegué del mejor modo, pero era una forma, un intento. Y no lo supo ver, no quiso aprender a verlo.

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