
Utilizando mis garras no tiene ella dónde ir, y las salas están cerradas. Todas las llaves tienen dueños ajenos en extraños estómagos que degluten niños sin escupir sus huesos.
Si no importa tanto es porque siempre que el calor arrase voy a estar adentrada en Érica sobre el asfalto, transpirándonos entonces en el zapateo histérico de los que corren trenes sin sacar boleto o piden atención para la cena que les dé su afición al arte que cansa y parte la euforia de la calle. Las veredas con sombra y no me quedo sin saber si el frío es igual, pero éste no se invoca.
Yo, máquina, de noche me corrompo para no ganar más terreno. Ella tenía un misterio que espero no me haya dejado mordisquear. Hablo de Érica, que sueña y atraviesa la entrada, cualquier umbral a todo momento. Ella se desdobla con mis inconscientes desdenes en tanto que me oxido por dentro las sonrisas fingidas vueltas orín, porque no sé si es llanto ya.